miércoles, 30 de octubre de 2013

A conocer el Parque Mirador Sosúa

Por Sarah Javier


El reloj marcaba las 5:00 de la tarde, definitivamente una buena hora para caminar por las concurridas calles de El Batey en Sosúa. En al ocaso del día, el clima suele ser más tolerable incluso en las calurosas temperaturas de octubre, por supuesto el hecho de que el sol ya empiece su descenso hace más fácil el proceso. Por ello, esa hora es adecuada para caminar hasta el Parque Mirador Sosúa.

Los dos kilómetros de distancia que se interponían entre Playa Chiquita y el parque, se acortaron tras la enérgica caminata y llegar hasta el destino propuesto fue sencillo. Pero obviamente, pese a todas las veces que un sosuense haga este trayecto o pretenda llegar al parque de la “calle sin salida” desde cualquier otro punto, no será un paseo sin color.

Caminar por Sosúa, es una experiencia que sumerge a extranjeros y lugareños en una suerte de crisol de culturas tan peculiar que nadie se sorprende de escuchar en las aceras conversaciones en italiano, ruso, francés, inglés, alemán, creole y por supuesto español. Lo mismo, que esa indescriptible lengua de viento que lleva y trae aromas de mar, de la humareda de los motoconchos y de las cocinas de los cinco continentes que se hallan por todos los extremos del pintoresco Batey.



Llegar hasta el Parque Mirador Sosúa es fácil, ya sea que se decida caminar o se vaya en transporte y no importa que ruta se tome, las calles siempre estarán desbordadas de ese espíritu vivaracho de los pueblos de la costa. Sin embargo llegar allí a través de la avenida Alejo Martínez supone menos tránsito y evadir la apabullante multitud que puede encontrarse en la decena de bares de la calle Pedro Clisante.

Así fue como transcurrió aquella visita, de camino, había un equipo pequeño de jóvenes haitianos, bastante entusiastas, jugando fútbol en el helipuerto, con unos uniformes de brillantes colores que se hacían notar en el lugar. Más adelante unos adolescentes jugaban béisbol en el play del Liceo Fabio Fiallo y unos cuantos taxistas esperaban algún que otro turista que necesite transporte, justo en frente del hotel Casa Marina Beach & Reef. Diez minutos más tarde, la popular “calle sin salida” exponía su tramo final.

Esa brisa marina que acude en busca de los visitantes como una invitación tentadora, resultaba embriagadora de forma tal, que incrementaba la ansiedad por llegar, pese a que se trataba apenas de unos escasos cinco minutos de caminata. Finalmente, la puerta grande de concreto se dejaba ver, debajo las escaleras que conducen hacia la playa Alicia y a la izquierda, el parque.

Comparado con los escasos espacios de recreación local, pensar en el Parque Mirador Sosúa hace creer en unas cuantas arboledas de sombra y banquetas, pero aunque estos son también elementos del Mirador, allí lo peculiar no eran los asientos, había algo más. Puede que haya sido el refulgente anaranjado que teñía el horizonte, mientras el sol se unía al mar, o tal vez haya sido el sonido de las olas, allá debajo, quizás las dimensiones del acantilado sobre el que reposa el Mirador. Lo cierto es que no era un parque cualquiera.

A esa hora había pocas personas, apenas eran las 5:45, la gente acostumbra mayormente a visitar las instalaciones durante la noche, cuando el clima es más fresco. La pequeña cafetería al lado oeste del parque, tenía unos cuantos comensales, hacia el borde, la luz del sol, se reflejaba de una manera indescriptible sobre la baranda de cristal que se alza sobre las rocas marinas del acantilado, al fondo, debajo de un frondoso árbol de sombra y justo detrás de la gran estrella blanca de David, una pareja de novios se tomaba de la mano.

Los gritos eufóricos de unas pequeñas mellizas de unos escasos dos años de edad, inundaban la quietud apenas interrumpida por las olas del mar que se rompían contra la playa debajo. Mas hacia el este, un turista de mediana edad y tez blanca, se agachaba instintivamente para retratar el vuelo de las aves en el paisaje increíble sobre el mar, tomaba una y otra instantánea, capturando en su aparato el correteo de las  niñas, la sonrisa de una joven que hablaba por un móvil cerca de la puerta de descenso a la playa y quién sabe qué otros tantos instantes quedarían secuestrados por su lente.

El Mirador Sosúa había sido inaugurado en 2011 y desde entonces escenas como estas se repetían diariamente, no es extraño encontrar allí un par de adolescentes con computadores portátiles accediendo a la internet a través de la red inalámbrica instalada en el parque o familias enteras recreándose en lo que muchos también han llamado el “pequeño malecón de Sosúa”.

El parque también hace las veces de escenario de presentaciones artísticas que con frecuencia congregan a la comunidad; pero también se convierte en la romántica estancia para celebrar uniones nupciales y cumpleaños. Al lado sur del parque, unos vehículos habían empezado a llenar el establecimiento y el cortejo nupcial de una felíz novia se acomodaba religiosamente de frente al mar, otra boda sería oficiada allí.

Pero a veces, la vista del parque cuyo diseño arquitectónico estuvo a cargo de Norberto Mota, descompone los recuerdos de los sosuenses que vieron una y otra vez como una carreta arrastrada por caballos, era conducida desde el matadero de animales de la DORSA (Dominican Republic Settlement Association), cargada con desperdicios que eran bien recibidos por la decena de tiburones que ya tenían cita con el manjar diario. Pues lo que hoy es una alabada playa, ayer era un acantilado de profundidades tenebrosas, con la presencia de tiburones hambrientos merodeando el área, atraídos por los desperdicios. 
Más de uno, fue sorprendido con asestados tajos en la nariz, por los más ávidos, como fue el caso de Luis Emilio Salazar, quien logró aniquilar un enorme ejemplar para que sus carnes y pieles fuesen luego vendidas por cuantiosas sumas.

La historia cambió en 2003, cuando las aguas comenzaron a descender su nivel y aluviones de arena fueron amontonándose en la falda del acantilado. En circunstancias asombrosas, el mar simplemente se retiró para dejar a su paso unos 500 metros de playa de arenas refulgentes y restos de conchas esparcidos por toda la superficie. Las cuevas numerosas de la piedra marina del acantilado, dan la impresión que el mar se tomó un descanso y que retornará a ocupar sus propiedades. Sin embargo desde esa fecha, la playa se ha agrandado aun más y desde allí se observan todas las construcciones turísticas de la costa y la anchura de la bahía de Sosúa.

La naturaleza le había regalado al municipio, un agregado a su belleza y ahora tanto la playa como el parque Mirador se exhiben como nuevos atractivos de Sosúa y lugar de solaz esparcimiento de la comunidad.
Ahora esa estrella blanca de concreto y esa bandera israelí que ondea orgullosa junto a la dominicana, no están allí casualmente. En palabras de la alcaldesa de Sosúa, Ilana Neumann, “el parque es un homenaje a la comunidad judía”, que fundó la ciudad en la década del 40, cuando las tierras poco pobladas de Sosúa se convirtieron en el acogedor refugio de cientos de familias exiliadas del régimen nazi en Alemania y Austria.


Las manecillas del reloj se pasearon tranquilamente por la esfera y marcaron las 6:50 de la tarde. El sol, cuyos reflejos eran apenas visibles, había decidido acostarse en lontananza y el horizonte se hallaba a la expectativa de la noche que empezaba a caer. Las olas de la playa Alicia, allá debajo, lamían suavemente la orilla, sin el ímpetu que unas horas antes las poseía y la quietud de la noche se empezaba a esparcir. Eran las 7:00 de la noche, definitivamente una buena hora para emprender la caminata de regreso, desde el Parque Mirador Sosúa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario