Los dos kilómetros de
distancia que se interponían entre Playa Chiquita y el parque, se acortaron
tras la enérgica caminata y llegar hasta el destino propuesto fue sencillo. Pero
obviamente, pese a todas las veces que un sosuense haga este trayecto o pretenda
llegar al parque de la “calle sin salida” desde cualquier otro punto, no será
un paseo sin color.
Caminar por Sosúa, es una
experiencia que sumerge a extranjeros y lugareños en una suerte de crisol de
culturas tan peculiar que nadie se sorprende de escuchar en las aceras
conversaciones en italiano, ruso, francés, inglés, alemán, creole y por
supuesto español. Lo mismo, que esa indescriptible lengua de viento que lleva y
trae aromas de mar, de la humareda de los motoconchos y de las cocinas de los
cinco continentes que se hallan por todos los extremos del pintoresco Batey.
Llegar hasta el Parque Mirador
Sosúa es fácil, ya sea que se decida caminar o se vaya en transporte y no
importa que ruta se tome, las calles siempre estarán desbordadas de ese espíritu
vivaracho de los pueblos de la costa. Sin embargo llegar allí a través de la
avenida Alejo Martínez supone menos tránsito y evadir la apabullante multitud
que puede encontrarse en la decena de bares de la calle Pedro Clisante.
Así fue como transcurrió
aquella visita, de camino, había un equipo pequeño de jóvenes haitianos,
bastante entusiastas, jugando fútbol en el helipuerto, con unos uniformes de
brillantes colores que se hacían notar en el lugar. Más adelante unos adolescentes
jugaban béisbol en el play del Liceo Fabio Fiallo y unos cuantos taxistas
esperaban algún que otro turista que necesite transporte, justo en frente del
hotel Casa Marina Beach & Reef. Diez minutos más tarde, la popular “calle
sin salida” exponía su tramo final.
Esa brisa marina que acude en
busca de los visitantes como una invitación tentadora, resultaba embriagadora de
forma tal, que incrementaba la ansiedad por llegar, pese a que se trataba
apenas de unos escasos cinco minutos de caminata. Finalmente, la puerta grande
de concreto se dejaba ver, debajo las escaleras que conducen hacia la playa
Alicia y a la izquierda, el parque.
Comparado con los escasos
espacios de recreación local, pensar en el Parque Mirador Sosúa hace creer en
unas cuantas arboledas de sombra y banquetas, pero aunque estos son también
elementos del Mirador, allí lo peculiar no eran los asientos, había algo más. Puede
que haya sido el refulgente anaranjado que teñía el horizonte, mientras el sol
se unía al mar, o tal vez haya sido el sonido de las olas, allá debajo, quizás
las dimensiones del acantilado sobre el que reposa el Mirador. Lo cierto es que
no era un parque cualquiera.
A esa hora había pocas personas,
apenas eran las 5:45, la gente acostumbra mayormente a visitar las
instalaciones durante la noche, cuando el clima es más fresco. La pequeña
cafetería al lado oeste del parque, tenía unos cuantos comensales, hacia el
borde, la luz del sol, se reflejaba de una manera indescriptible sobre la
baranda de cristal que se alza sobre las rocas marinas del acantilado, al
fondo, debajo de un frondoso árbol de sombra y justo detrás de la gran estrella
blanca de David, una pareja de novios se tomaba de la mano.
Los gritos eufóricos de unas
pequeñas mellizas de unos escasos dos años de edad, inundaban la quietud apenas
interrumpida por las olas del mar que se rompían contra la playa debajo. Mas
hacia el este, un turista de mediana edad y tez blanca, se agachaba
instintivamente para retratar el vuelo de las aves en el paisaje increíble
sobre el mar, tomaba una y otra instantánea, capturando en su aparato el
correteo de las niñas, la sonrisa de una
joven que hablaba por un móvil cerca de la puerta de descenso a la playa y quién
sabe qué otros tantos instantes quedarían secuestrados por su lente.
El parque también hace las
veces de escenario de presentaciones artísticas que con frecuencia congregan a
la comunidad; pero también se convierte en la romántica estancia para celebrar
uniones nupciales y cumpleaños. Al lado sur del parque, unos vehículos habían
empezado a llenar el establecimiento y el cortejo nupcial de una felíz novia se
acomodaba religiosamente de frente al mar, otra boda sería oficiada allí.
Pero a veces, la vista del
parque cuyo diseño arquitectónico estuvo a cargo de Norberto Mota, descompone
los recuerdos de los sosuenses que vieron una y otra vez como una carreta
arrastrada por caballos, era conducida desde el matadero de animales de la
DORSA (Dominican Republic Settlement Association), cargada con desperdicios que
eran bien recibidos por la decena de tiburones que ya tenían cita con el manjar
diario. Pues lo que hoy es una alabada playa, ayer era un acantilado de
profundidades tenebrosas, con la presencia de tiburones hambrientos merodeando
el área, atraídos por los desperdicios.
Más de uno, fue sorprendido con
asestados tajos en la nariz, por los más ávidos, como fue el caso de Luis
Emilio Salazar, quien logró aniquilar un enorme ejemplar para que sus carnes y
pieles fuesen luego vendidas por cuantiosas sumas.
La historia cambió en 2003,
cuando las aguas comenzaron a descender su nivel y aluviones de arena fueron
amontonándose en la falda del acantilado. En circunstancias asombrosas, el mar
simplemente se retiró para dejar a su paso unos 500 metros de playa de arenas
refulgentes y restos de conchas esparcidos por toda la superficie. Las cuevas
numerosas de la piedra marina del acantilado, dan la impresión que el mar se
tomó un descanso y que retornará a ocupar sus propiedades. Sin embargo desde
esa fecha, la playa se ha agrandado aun más y desde allí se observan todas las
construcciones turísticas de la costa y la anchura de la bahía de Sosúa.
La naturaleza le había
regalado al municipio, un agregado a su belleza y ahora tanto la playa como el
parque Mirador se exhiben como nuevos atractivos de Sosúa y lugar de solaz
esparcimiento de la comunidad.
Ahora esa estrella blanca de
concreto y esa bandera israelí que ondea orgullosa junto a la dominicana, no
están allí casualmente. En palabras de la alcaldesa de Sosúa, Ilana Neumann, “el
parque es un homenaje a la comunidad judía”, que fundó la ciudad en la década
del 40, cuando las tierras poco pobladas de Sosúa se convirtieron en el
acogedor refugio de cientos de familias exiliadas del régimen nazi en Alemania
y Austria.
Las manecillas del reloj se
pasearon tranquilamente por la esfera y marcaron las 6:50 de la tarde. El sol,
cuyos reflejos eran apenas visibles, había decidido acostarse en lontananza y
el horizonte se hallaba a la expectativa de la noche que empezaba a caer. Las
olas de la playa Alicia, allá debajo, lamían suavemente la orilla, sin el
ímpetu que unas horas antes las poseía y la quietud de la noche se empezaba a
esparcir. Eran las 7:00 de la noche, definitivamente una buena hora para
emprender la caminata de regreso, desde el Parque Mirador Sosúa.
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